Por José Cárdenas.
Publicado el 03/08/2021.
Para Paz Mediavilla (2016), Sara Joffré y otros escritores que lidiaron por muchos años con una pregunta ¿Existe un teatro peruano? Hoy, como una presunción histórica, consideramos que este siempre ha existido; sin embargo, diferentes criterios e intereses han desestimado algunas experiencias en comparación a la forma occidental. De ellos, destacamos el valor otorgado al texto dramático como fuente de la creación escénica; las premisas de cuándo, cómo y en qué condiciones es posible un hecho teatral; y, finalmente, la opinión de instituciones, investigadores y artistas, quienes califican si un acontecimiento es o no teatro.
En esta línea, las conclusiones de Miguel Rubio (2009) y Carmen Márquez (2016) toman importancia. El director de Yuyachkani sostiene que el teatro peruano, en el sentido andino, se presenta de dos maneras: la primera corresponde a la forma occidental que arribó hace quinientos años y, la segunda, al modo ancestral. Esta, según el investigador, se relaciona con el acontecimiento teatral de las fiestas originarias (al cumplir, desde la perspectiva de Dubatti [2012], con el convivio, poiesis corporal y expectación). Además, conserva las dinámicas del juego, danzas, asignación de roles y, por supuesto, códigos de representación visibles en los danzantes enmascarados. Por otro lado, la autora de “La nueva dramaturgia peruana” sostiene que, si bien el teatro del Perú no alcanza a otras escenas de América Latina, los dramaturgos siempre han acompañado la problemática y evolución del país (Márquez, 2016). Por tal motivo, el pensar en una expresión teatral paralela al devenir histórico peruano, desde antes de la conquista, es plausible; puesto que su origen es ancestral y se transforma con la sociedad. No obstante, su reconocimiento no se ha generalizado por el hecho que, en distintos periodos, se ha descalificado la autenticidad de las producciones anteriores.
Las investigaciones aludidas, si bien sustentan una presencia teatral desde sus albores prehispánicos y desarrollo acorde a las circunstancias históricas, no exime a la escena “tradicional” de constituir un “teatro fotocopia”, como denunciaba Mario Delgado. Por esta razón, al romper con esa tradición burgués y de personajes europeizados (Peirano, 2006), se da lugar a un teatro que “apela inevitablemente a la historia para ensayar la utopía de la identidad, de la unidad en la diversidad” (Salazar, 1990, p. 18). Además, permite salir de escenarios tradicionales y buscar mayores formas de representación, incorporando rituales andinos y amazónicos en una suerte de composición heterogénea que forma ese “nuevo teatro peruano” al cual investigan Vargas Salgado (2011) y Salazar del Alcázar (1990). Con este criterio, no queremos restar importancia a la conjetura inicial; al contrario, acentuamos que la escena peruana se ha manifestado y aún lo hace en múltiples expresiones. En ellas se cumplen los tres sub acontecimientos imbricados e inseparables de la teatralidad; es decir, un cuerpo presente sin intermediación tecnológica; acciones físicas y verbales de forma estética; y la conciencia de otro ente poético en el espacio.
Ahora bien, la reflexión final nos motiva a mirarnos los pies y buscar en Cajamarca las teatralidades antiguas y contemporáneas que no se han estudiado. Por ello, damos pie a las preguntas que guiarán los próximos trabajos, de los cuales se espera una compilación historiográfica de las artes escénicas en la región: ¿Qué personajes aguardan silenciosos una lectura de sus roles?, ¿cuántas máscaras están esperando una interpretación de sus rasgos?, ¿qué danzas albergan narrativas entre sus pasos y acciones?, ¿qué tradiciones son una representación escénica y hemos dejado a un lado?
toda mujer y hombre que desee responderlas, el escenario es para ustedes, el telón está por abrirse y desde aquí les deseamos: ¡mucha mierda!
Referencias bibliográficas: